jueves, 21 de agosto de 2008

¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?

La siguiente historia milenaria de origen sufi y de autor anónimo, no recuerdo exactamente quién me la contó cuando trabajaba en Anguita & Asociados, hace ya una buena cantidad de años. Después de eso yo la he contado muchísimas veces, tanto a los participantes de mis talleres, como a distintos colegas y amigos. Y no falla. Marca un hito orientador y potente, cuando se deben conversar temas de fondo respecto a la vida, la transformación y el cambio. Es sorprendentemente esclarecedor para todos, ver como la sabiduría que está detrás de este simple relato, puede también aplicarse a muchos de los problemas con los que nos topamos a diario. Es decir respirar y confiar en el proceso, más que ninguna otra cosa aceptar la vida como se te va dando (o regalando) y dar gracias.

Vamos ahora entonces con nuestro cuento:

Había una vez un chino que vivía en el campo, al que un buen día le regalan una finísima yegua blanca pura sangre. Al llegar a casa lo ven sus vecinos quienes se acercan y le dicen:

“Vecino que buena suerte que usted tiene al recibir de regalo esa linda yegua blanca pura sangre”.

El chino entonces con mucha calma mira a sus vecinos a los ojos y les dice: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”

Pasan los días y de pronto viene un gran temporal de truenos, viento y relámpagos, que hace que se espante la yegua y se arranque por los montes hacia el bosque. Al saber esto los vecinos, vienen y le dicen al chino:

“Vecino que mala suerte que usted tiene, después que le habían regalado esa linda yegua blanca pura sangre, que ahora por causa de este endemoniado temporal se le venga a arrancar y perder por los montes”.

El chino entonces, con eterna calma, los mira a los ojos y les dice: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”

Transcurren unas dos semanas, cuando por entre medio del bosque y los cerros, aparece de nuevo la misma yegua blanca, pero ahora, con otros dos potros fina sangre que la seguían detrás. Saben de esto los vecinos y le dicen:

“Que buena suerte que usted tiene vecino de recuperar su linda yegua blanca y ahora además tener otros dos potros fina sangre en su establo”

El chino entonces con la sabiduría de siempre los mira a los ojos y les dice: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”

Tenía nuestro amigo chino un hijo de unos diecisiete años, quién se entusiasma y comienza a domar a esos magníficos corceles. Cuando de pronto, estando en una de esas maniobras, uno de los potros le corcovea violentamente lanzándolo lejos y fracturándole varios de sus huesos. Conociendo del accidente los vecinos se acercan una vez más a nuestro chino y le dicen:

“Que mala suerte que usted tiene vecino, después de que había recuperado su yegua y ganado otros dos potros fina sangre, resulta tremendamente lamentable que su hijo ahora haya quedado tan mal herido al intentar domarlos”.

El chino entonces con mucha calma los mira a los ojos y les dice: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”

A los pocos días se declara la guerra en la comarca y entonces viene el Ejército y enrola a sus filas a todos los jóvenes de diecisiete años hacia arriba, menos al hijo del chino por estar todo fracturado. Cuando saben los vecinos lo ocurrido, se acercan al chino y le dicen:

“Que buena suerte que usted tiene vecino, mire que haya venido el Ejército y se haya llevado a todos nuestros jóvenes a la guerra, menos a su hijo porque que se encontraba tan lesionado”.

El chino entonces con la paz y buen espíritu de siempre, los mira a los ojos y les dice: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?”

Y así continúa esta historia, y se prolonga en el tiempo...

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